ESMERALDA
Estaba profunda, eso pensó su madre arropándola con la vieja frazada. Por el verde intenso de sus ojos la llamaron Esmeralda, estaba feliz, los dulces y tarjetas de navidad que logró vender en la nochebuena eran suficientes para comprarles un pollo con plátano y papa salada a su familia. Ella, su madre y sus cinco hermanos podrían comer una cena decente al menos esta noche. Como cualquier niña de nueve años, deseaba una muñeca que vio en un aviso de prensa, en la página del periódico también estaba la noticia de un joven empresario taiwanés que se suicidó por el descubrimiento de plomo en las muñecas que fabricaban y que estaban por todo el mundo. Esa noche Esmeralda durmió con una enorme sonrisa, guardó el secreto durante dos meses, ahorró a escondidas de su madre de la venta de sus dulces para poder comprar a Tiffany, una linda muñeca que lucia unos ojos verdes muy similares a los de su dueña. La abrazó durante toda la noche, pensando en lo mejor que seria el otro año para ella y su familia, sin embargo el plomo presente en la pintura de la muñeca que inhaló por mas de diez horas ya estaba en su sangre. Ahora Pedro de ocho años era el mayor y debía tomar las riendas del hogar.